el cielo no responde
a los que escribimos con tinta de vómito
y quemamos las cartas de amor
para calentarnos las manos rotas
en estaciones sin trenes.
el alma,
ese chiste sin gracia,
se arrastra por los callejones de santiago
con los ojos en blanco
y la boca llena de números de teléfono
que ya nadie contesta.
ayer soñé que era Kerouac
pero con tuberculosis espiritual,
vomitando palabras en un motel
donde la Biblia estaba abierta por el Apocalipsis
y la lámpara chorreaba LSD.
¿quién nos bautizó con gasolina?
¿quién nos enseñó a amar a la velocidad de la luz
y a morir de sobredosis de silencio?
una mujer me dijo en coruña:
“los poetas ya no existen,
solo quedan adictos con buena caligrafía.”
y yo creí en ella,
como se cree en las sirenas
cuando ya te estás ahogando.
los ángeles —
si aún quedan —
se esconden en baños públicos
y no saben rezar,
solo tartamudean versos de Ginsberg
mientras se inyectan con restos de luna.
yo sigo caminando,
arrastrando este cuerpo como un cadáver amable,
escribiendo evangelios
para perros muertos
que nadie entierra.