sábado, 25 de octubre de 2025

Evangelio para un perro muerto en la autopista

 el cielo no responde

a los que escribimos con tinta de vómito

y quemamos las cartas de amor

para calentarnos las manos rotas

en estaciones sin trenes.


el alma,

ese chiste sin gracia,

se arrastra por los callejones de santiago

con los ojos en blanco

y la boca llena de números de teléfono

que ya nadie contesta.


ayer soñé que era Kerouac

pero con tuberculosis espiritual,

vomitando palabras en un motel

donde la Biblia estaba abierta por el Apocalipsis

y la lámpara chorreaba LSD.


¿quién nos bautizó con gasolina?

¿quién nos enseñó a amar a la velocidad de la luz

y a morir de sobredosis de silencio?


una mujer me dijo en coruña:

“los poetas ya no existen,

solo quedan adictos con buena caligrafía.”


y yo creí en ella,

como se cree en las sirenas

cuando ya te estás ahogando.


los ángeles —

si aún quedan —

se esconden en baños públicos

y no saben rezar,

solo tartamudean versos de Ginsberg

mientras se inyectan con restos de luna.


yo sigo caminando,

arrastrando este cuerpo como un cadáver amable,

escribiendo evangelios

para perros muertos

que nadie entierra.

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