He abierto mi cráneo
como una lámpara enferma
para que salga el humo del pensamiento.
El alma —esa lombriz luminosa—
se arrastra por mi lengua
y me dicta nombres que no existen.
¡Oh Dios desdentado del aire!
me disuelvo en tu saliva de óxido,
me desarmo en tu respiración sin órganos.
No hay cuerpo,
solo un temblor que sueña con ser materia.
He comido mis huesos,
he dormido en la garganta del trueno,
y aún oigo el tambor del dolor
golpeando la pared de mi sombra.
Quiero incendiar el silencio,
hacer del grito una arquitectura,
del espasmo una plegaria.
Porque ya no queda rostro,
solo el estallido de lo que fui
cuando el lenguaje se pudrió dentro de mí.
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