No te dije nada
cuando saliste por última vez.
Llevabas esa forma tuya de irte
como si ya lo hubieras hecho antes.
Te vi cerrar la puerta
y pensé en los platos sucios,
en el café frío
y en la cama que aún olía a ti.
No te detuve.
No porque no quisiera.
Sino porque aprendí
que los cuerpos no se quedan
cuando la cabeza ya se ha ido.
Después,
fui al supermercado.
Compré lo de siempre.
Menos tu yogur de fresa.
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