No me hablen de redención.
La luz me ha escupido demasiadas veces
como para creerle otra vez.
He dormido en camas prestadas,
con mujeres que lloraban
después de fingir amor,
mientras yo escribía
con sangre vieja
sobre servilletas mugrientas.
Hay algo hermoso en pudrirse lentamente
cuando ya no se espera nada.
Una flor también se abre en el fango,
pero nadie quiere olerla.
Anoche soñé que vomitaba ángeles,
y que los ángeles me devolvían los ojos,
comidos,
negros,
llenos de promesas que nunca pedí.
Mi madre reza por mí,
y yo maldigo cada palabra
que no se atreve a decirme.
Hay una herida que no cicatriza
porque se alimenta de cada beso que no di.
A veces,
cuando la ciudad duerme,
le hablo a los semáforos,
y ellos me entienden mejor que Dios.
No estoy triste.
Estoy descompuesto.
Y hay belleza en eso,
si sabes mirar sin asco.
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