Te amé
como se ama en la estación del metro a las seis de la tarde,
con el cuerpo apretado contra otros cuerpos
y sin espacio para respirar bien.
Pero te amé.
A mi modo,
con mi desastre de horarios
y mi mal humor después del trabajo.
Te quise sin metáforas.
Sin mariposas ni lunas ni promesas de domingo.
Yo no sé hacer esas cosas.
Te di lo que tenía:
una cama a veces deshecha,
un par de libros que no prestaba,
mi silencio cuando no sabía qué decir
y mis palabras cuando ya no podía callarme.
Tú querías un poema,
yo te escribí un recibo de luz.
Querías flores,
yo te ofrecí sombra.
Y aún así,
hubo noches
en que fuimos dioses en el cuarto 302,
milagros sin fe,
gritos que no pedían perdón.
No me pidas que te olvide,
pero tampoco me pidas que te escriba.
No soy Sabines,
ni tú eres la muerte.
Solo somos dos personas
que se quisieron mal
pero se tocaron bien.
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