viernes, 22 de agosto de 2025

Trilogia

 I. Te amo a pesar de todo, carajo


Te amo.

Y no sé por qué.

No debería.

No es lógico, ni justo, ni sano.

Pero te amo.


Te amo con los dientes apretados,

con los ojos cerrados,

como quien se lanza a un pozo sabiendo que no hay agua.

Te amo con miedo, con rabia, con nostalgia,

con ganas de mandarte al demonio

y quedarme ahí contigo.


Te amo con mis manos sucias de tanto buscarte

en la cama vacía,

en los platos que lavas,

en las palabras que no dijiste.


Hay días en que me hartas.

Te juro.

Te quiero lejos, ausente, olvidada.

Y justo cuando creo que ya,

que te estoy sacando del pecho,

apareces

con cualquier tontería,

con una risa, con un silencio

y otra vez

me jodes.


Te amo con esa clase de amor

que no se parece a nada,

que no sirve para los poemas,

pero que existe,

que respira,

que se queda.


Porque a ti no te amo como en las canciones.

Te amo como en la vida:

con los errores,

con los lunes por la mañana,

con los recibos sin pagar,

con este corazón cansado

pero terco

como un burro.


Te amo sin promesas.

Sin poesía.

Sin futuro.

Pero con toda mi alma.

Y eso, créeme,

es mucho decir.



II. Hoy no te quiero

Hoy no te quiero.

Y es un alivio decirlo.

No me jodes el café,

no apareces en mi cama como un fantasma tierno,

no me hablas desde la radio

ni desde la ropa vieja.


Hoy no te quiero.

Y puedo respirar sin que me duela.


No es que te haya olvidado.

No te confundas.

Sigues ahí, como una astilla que ya no sangra

pero que no se va.


Hoy no te quiero

y me siento menos estúpido,

menos tuyo.

Pero sé —lo sé bien—

que mañana volverás

en una canción maldita,

en una frase que dijiste,

en un sueño idiota

donde todavía

me abrazas.


III. Te odio con amor

Te odio con amor.

Con ese amor que ya no sabe a promesa

sino a castigo.


Te odio porque no estás

pero te quedaste en todo.

En los zapatos vacíos,

en los libros abiertos,

en los lugares donde fuimos felices

sin darnos cuenta.


Te odio porque no me llamas,

pero si me llamaras, iría.

Como un perro,

como un imbécil,

como ese yo que se arrastra por tus besos

aunque ya no existan.


Y sin embargo,

a pesar del odio,

del cansancio,

del tiempo,

del puto tiempo

que no cura nada…


…si llegas,

si tocas la puerta,

yo abro.


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