No estás.
Y sin embargo,
todas las sillas vacías tienen tu forma.
El café se enfría esperándote.
Y la ciudad,
esa puta ciudad que nunca duerme,
me dice tu nombre en cada esquina.
Te amo,
aunque no seas mía,
aunque no puedas serlo.
Te amo con la violencia muda
de lo que nunca sucede.
¿Sabes qué es peor que perderte?
Haberte tenido por un minuto.
Un minuto —maldito sea—
en que todo era posible,
y los relojes todavía no sabían decir “no”.
Yo habría dejado todo.
Mi cama, mi sombra, mi apellido.
Habría aprendido a respirar como tú,
a mirar como tú,
a dolerme como tú.
Pero tú tenías otros caminos.
Y yo no era una estación donde tu tren pudiera detenerse.
Así que te fuiste.
O no viniste.
No importa.
El resultado es el mismo:
te amo sin poder tocarte.
Te escribo sin poder decirte.
Te sueño sin poder dormir.
Y si algún día me ves,
de lejos,
con otra sonrisa mal puesta,
no pienses que te olvidé.
Piensa que sigo amándote
con todo lo que no puedo decirte.
Y que, aun sin ti,
sigo escribiendo poemas
como si fueras a volver.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario