He escrito tu nombre en el humo de las fábricas,
en las alas del tren que se aleja sin mí,
en los cristales rotos de los días que no tuvimos.
Tu nombre es una ciudad que no figura en los mapas,
una flor que sólo crece en la saliva de los que recuerdan,
una antorcha que ilumina
la sombra que yo soy cuando no estás.
Oh, amada mía,
tus ojos no miran:
construyen.
Tu voz sube las escaleras de mi sangre
como una revolución nocturna,
como un ejército de suspiros
que arrasa los relojes y las leyes.
A veces, el mundo se parece a tus labios:
rojo, incierto,
peligrosamente hermoso.
Y yo,
que no tengo más patria que tu espalda desnuda,
ni más fe que el temblor de tus dedos,
te escribo en el muro secreto del aire,
te repito en la garganta de cada poema,
te invento otra vez
para no perderte
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