ella se fue
sin cerrar bien la puerta
como si supiera que yo
la iba a dejar abierta de todas formas.
no gritó.
ni siquiera lloró.
solo me miró como si ya no valiera la pena
ni romper un plato.
dejó su cepillo
su taza de café
y una nota que no decía nada importante.
ni siquiera un "cuídate".
ni siquiera un "jódete".
yo me quedé sentado
en calzoncillos,
fumando el último cigarro
con un vaso de vino barato
que sabía a lunes por la mañana.
pensé en llamarla,
pero solo para que me diga
lo que ya sé:
que no soy tan difícil de olvidar.
la televisión encendida sin sonido,
el gato mirándome con desprecio,
la cama todavía tibia
pero más sola que nunca.
uno cree que el amor duele,
pero lo que duele de verdad
es el eco.
el eco de su risa en el pasillo,
el eco de sus pasos alejándose,
el eco de uno mismo
repitiéndose que está bien
cuando no lo está.
la vida sigue, dicen.
sí.
como sigue un tren sin frenos
que ya no tiene a nadie esperando en la próxima estación.
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