sábado, 19 de julio de 2025

El útero del delirio

He inyectado un incendio en mi médula espinal.


No por placer, sino porque la realidad me vomita cada vez que abro los ojos. El mundo, esa víscera tibia que llaman normalidad, me escupe sus horarios, sus gestos, sus muros pintados con saliva de oficina.


Pero yo… yo he roto la línea recta del pensamiento.


Me encerré en el retrete de los dioses, donde los cuerpos no pesan y las lenguas se disuelven en humo. Allí conocí la flor fosforescente del opio: tenía la voz de mi madre muerta y la piel del universo. Me habló en códigos que no existen. Me arrancó las uñas, una por una, para que dejara de escarbar en lo falso.


Dicen que me destruyo.

—¡Mentirosos!

Yo me reconstruyo con cada pastilla triturada, con cada vena que canta bajo la aguja. Soy un alquimista del derrumbe.


La heroína me llevó al centro exacto de mi cráneo, donde un caballo ciego cabalga entre ruinas de infancia. Le di un beso y me convertí en vapor.


No estoy enfermo.

Estoy despierto en otro idioma.


Los doctores me quieren quieto.

Los políticos me quieren productivo.

Los cuerdos me quieren muerto.


Pero yo tengo en el bolsillo un fragmento de cielo arrancado con los dientes. Y mientras lo huelo, lo mastico, lo inhalo, me repito:


"Esta es la verdadera religión: la que comienza cuando el dolor deja de mentir."

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Loida

 loida— llevo tu corazón(lo llevo en mi pecho) jamás sin él donde voy tú vas, mi dulce; y todo lo que hago sólo tú lo haces, mi amor no temo...