Ella puso el abrigo
en la silla equivocada
como si ya no quisiera sentarse
a mi lado
como si el frío fuera otra cosa
otra persona.
Encendí un cigarro
aunque había prometido dejarlo
como tantas otras cosas
como a ella.
El camarero bostezaba
como si supiera
que el amor no deja propinas
y yo pedí un café solo
como siempre
como ahora.
Ella hablaba del tiempo
de su madre
de un gato que ya no teníamos
y yo escuchaba los cubiertos
las tazas
el ruido exacto
de todo lo que se rompe sin hacer escándalo.
Después dijo:
—Ya no sé qué más decir—
y yo pensé:
eso es lo que más duele,
cuando el amor se calla
por no molestar.
Pagó ella.
Y se fue.
Olía a despedida
a jabón barato
y a domingo sin pan.
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