En un jardín donde las cucharas florecen,
y las nubes mastican pastillas de menta,
te vi —boca de relámpago,
pupilas hechas de LSD y promesas.
Bebíamos café de neón
servido por ángeles con jeringas en las alas,
y tú decías que el amor era
una cápsula tragada sin agua,
una ruleta rusa de dopamina.
Nos besamos con lenguas de humo
bajo un cielo pintado por Dalí,
mientras los relojes se derretían
sobre nuestros pechos desnudos
como si el tiempo también se drogara de ti.
Tus caricias eran anfetaminas,
latían rápido en mis venas,
y mi alma, drogada de tus pestañas,
viajaba en trenes que no iban a ningún lado.
Las mariposas eran psicodélicas,
nos susurraban secretos químicos al oído:
“no hay sobriedad en el deseo,
ni cura en la abstinencia del amor.”
Y cuando desperté en un hospital de espejos,
con tu nombre tatuado en mis neuronas,
me di cuenta:
no eras tú una mujer,
eras una sustancia prohibida
y yo un adicto al espejismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario