Que no, que no tenia cara - me decían, los cuatro. El francés, que bebía hasta que se le daba por romper vidrieras, al límite, pero esta vez el no conducía, y se estrellaron contra un muro. Al francés no le paso nada pero el amigo, quien conducía el vehículo, casi no la cuenta. El otro, enganchado a la coca, perdido, le había pegado a su madre. El tercero, decía ser de otro planeta, siempre con su libro de las galaxias, eléctrico. El cuarto, un niño en el cuerpo de una mole, ternura de 120 kilos.
que no la conocía de nada, que estaba loco, que no era capaz - insistían. Me levante, atravesé el jardín del psiquiátrico, fui hasta una esquina, donde estaban las flores más lindas y arranque un ramillete de florcitas blancas. Con el ramillete en la mano, volví a atravesar el jardín hasta donde ella estaba, sola, sentada en un banco en la sombra. Su pelo negro, sus ojitos como dos eclipses detrás de unos marcos negros, su nariz de marfil, sus delgadas y pálidas y ásperas manos. Arropada con cuatro abrigos...vestía un pantalón rosa. te traje estas flores, le dije, y ella, para mí? ...y...que bonitas!...y...gracias. caminamos hasta donde las había arrancado y había también flores celestes, le gustaban las celestes, y yo, que casi las cogía, y ella, que no, que había escogido bien, que las blancas eran más pequeñas y en más cantidad, que las prefería. Ponlas en la mesilla junto a la cama, le dije, y ella, que sí, que las pondría en uno de los vasitos de plástico donde nos daban el agua. Su voz nasal y temblorosa me influía inconscientemente hasta dejarme vencido a sus pies, tanto que no supe que más decir y le prometí que nos veríamos luego para seguir conociéndonos.
Cuando regrese, el francés me sonreía, el otro, el cocainómano, decía que yo estaba loco, que no se creía que hubiera sido capaz y delante de todos, de las enfermeras, y yo, que solo era una mujer y necesitaba sentirse mimada como ellos o como yo. El que decía ser de otra galaxia...que así se debía hacer, que tenía la estrella sobre mí. El grandote no dijo nada, sólo me estrecho la mano y entro al salón a jugar a las cartas.
Esa noche la oí gritar. Estaba alojada en la habitación justo frente a la mía. Otro ataque de abstinencia así que tuvieron que amarrarla a la cama. A la mañana siguiente, a la hora del desayuno le cedí mi ración de galletas y le pregunte si había colocado la flores en agua y me contesto que sí...que se veían hermosas. y enseguida me regalo una sonrisa y juro, y pueden creerme, fue la primera vez que la vi sonreír y me sentí un chico mimado.