te vi caminar con los zapatos rotos
y supe que eras más mía que nadie,
porque sólo los que han perdido algo
aprenden a sostener el alma con las manos.
no tenías perfume,
ni promesas,
ni esas sonrisas que venden los domingos en las iglesias,
pero tenías cansancio,
y una forma de mirar que decía
“no te vayas todavía.”
yo tampoco tenía gran cosa:
unas monedas sueltas,
un cigarro aplastado en la camisa,
y una tristeza vieja,
como perro sin dientes.
pero contigo aprendí a decir "buenas noches"
como si fuera un rezo
y no una despedida.
a veces nos amábamos como se aman los que saben
que todo puede romperse en cualquier momento,
con los ojos cerrados
y los puños abiertos.
me dijiste:
“no soy de nadie,
pero me puedes acompañar un rato.”
y ese rato se me quedó colgado en el pecho
como una fotografía que no quiero guardar.
porque eras caos,
y ternura,
y un poco de pan caliente
en un mundo que solo da piedras.
y yo,
yo sólo quería que alguien se quedara,
aunque fuera en silencio,
aunque fuera sin futuro,
aunque fuera sólo
por esta noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario