Te quise
como se quiere a una mala idea a las tres de la mañana:
con hambre, con prisa, con las manos temblando.
Te quise sabiendo que ibas a romperme,
y aun así,
me dejé abierto como botella barata.
No eras especial.
Y yo tampoco.
Pero había algo en tus piernas,
en tu manera de mentir sin pestañear,
que me hacía olvidar
que el amor también mata,
no con cuchillos,
sino con domingos vacíos
y mensajes que nunca llegan.
Te escribía poemas con olor a cigarro y desvelo,
mientras tú andabas ocupada
olvidándome en la cama de otro.
Y yo, idiota,
aún pensando que todo eso era amor.
No.
Era necesidad.
Era sexo con culpa.
Era abrazar un incendio
para no morirse de frío.
Ahora ya no te odio.
Ni te quiero.
Ni me importas.
Solo me acuerdo de ti
cuando el alcohol toca fondo
y el silencio me vuelve a preguntar
por qué carajos te dejé entrar.
Y entonces,
vuelvo a decir tu nombre en voz baja,
como una herida que aún supura,
como un perro
que sigue lamiéndose el recuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario