sábado, 27 de marzo de 2021

El aire soporífero de la casa. Voces que suenan como
salidas de un tocadiscos ralentizado. Palabras que se
alargan como mermelada derramada sobre el cóncavo cristal del espacio. Borrachos de corcho empapados en vinagre, verdes como pepinos en conserva que gimen desde sus cuartos.
Espeso humo de marihuana en una especie de neblina constante,
gas lacrimógeno, como de filete quemándose en la cocina. Risas estúpidas y tos de neumonía reflejada en las manchas de pulmón que como gusanos fluorescentes brillan sobre las
amarillentas paredes de un empapelado de 70 años.
Seres semejantes a personas pero sin el don de la palabra
que mugen y hacen señas y dan patadas al aire o pegan
portazos a la nada. Criaturas pestilentes dando tumbos,
olvidados de sí mismos en un encierro de alambre de púas.
Jardín cercado de perros esqueléticos que con su mirada
parecen rogarte que acabes con su agonía.
Mitómanas ventanas que te muestran un cielo azul y floridos arboles mecidos por el viento. Cuando sales a la puerta, te  das de frente con una nube  y los arboles son estacas que le duelen al barrio.

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