Mientras analizaban mis fluidos corporales viajaba yo, trasladado en ambulancia al centro de San Sebastián, acompañado de una suculenta enfermera. Dadas mis ganas de proveer nicotina a mi organismo le traslade la duda de si podría yo fumar ni bien llegáramos a nuestro destino a lo que muy amablemente respondió que sí, que podría fumar mientras ella entregaba en recepción el informe de ingreso. Al parecer, me entere una vez habíamos llegado, los resultados de los análisis arrojaban que yo había ingerido más de 20 gramos de cocaína y otros agentes químicos, resultado del corte de la misma, fuera de mi intención, efectos secundarios claro esta.
Por ciertas misteriosas directrices del sistema de salud, se sembró una disputa sobre mi persona. Por las sustancias consumidas y mis deseos de morir estando muerto o dormido, según se vea, una psiquiatra quería mi caso y un médico clínico también. Era yo una cifra, una herencia dónde mis supuestos hijos se manifestaban para saber de qué manera salvaguardaban mí cadaver de la muerte o de la vida. De pronto se apresento un individuo de alta fama y mientras yo engrosaba mi historial clínico, esta leyenda recién caída y exenta de ser salpicada por mi muerte, propuso su nuevo tratamiento ya aplicado a otros suicidas y así comenzó mi nuevo reingreso al pabellón psiquiátrico de agudos, una vez más con las drogas como aspecto esencial de mi estado de esquizofrenia psicótica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario